El árbol triste

El árbol triste es una reflexión bonita a través de la cual aprendemos que cada uno de nosotros tenemos una identidad propia que debemos cultivar y hacer crecer, pero también nos enseña que muchas personas en su vida intentan ser como otras, procurando de esa manera ser alguien que no son.

Cada quien tiene una misión que descubrir en la vida y al lograr encontrarla debe luchar por ello con todas sus fuerzas. Nunca dejes que otras personas te digan cómo debes ser porque de esa manera nunca lograrás ser feliz, ya que estarás intentando ser quien no eres, como usando una máscara.

Encontrar nuestra propia identidad es una tarea de cada quien, y se fundamenta en los primeros años de vida, a medida que vamos creciendo vamos haciendo crecer esa identidad y definiéndonos como personas.

El árbol triste

El árbol triste, una reflexión sobre identidad

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.

Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: No sabía quién era.

Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano:

– Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ves qué fácil es?

– No lo escuches, exigía el rosal, es más sencillo tener rosas y ¿Ves qué bellas son?.

Y el árbol desesperado intentaba todo lo que le sugerían y, como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

– No te preocupes, tu problema no es tan grave. Es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: no dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas… sé tú mismo, conócete y, para lograrlo, escucha tu voz interior. – Y dicho esto, el búho desapareció.

– ¿Mi voz interior…? ¿Ser yo mismo…? ¿Conocerme…? , se preguntaba el árbol desesperado, cuando, de pronto, comprendió…

Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:

Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble y tu destino es crecer grande y majestuoso, dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión: cúmplela.

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado.

Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

Yo me pregunto al ver a mi alrededor…

– ¿Cuántos serán robles que no se permiten a sí mismos crecer?

– ¿Cuántos serán rosales que, por miedo al reto, sólo dan espinas?

– ¿Cuántos naranjos que no saben florecer?

En la vida, todos tenemos un destino que cumplir, un espacio que llenar…

No permitamos que nada ni nadie nos impida conocer y compartir la maravillosa esencia de nuestro ser. Démonos ese regalo a nosotros mismos y también a quienes amamos.


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